lealтad ѕιnιeѕтra


Soy una persona solitaria. Cada vez que me miro al espejo, me deprimo. No me gusta nada de mí, supongo que por eso no tengo demasiados motivos parra sonreír. Odio mi cara extraña, mi culo caído, mis piernas deformadas, mis tetas inexistentes... ¡Todo! Pero lo que menos soporto de mi cuerpo son mis manos. Las tengo huesudas, con vello y llenas de padrastros. No es que me muerda las uñas, es que me como los dedos. El único amigo que me soporta es mi perro. Es mi gran compañero y a él le cuento todos mis problemas, porque es el único que, aunque no me entienda, me soporta.

Me da mucha vergüenza cuando la gente me mira las manos, sé que están pensando lo horribles que son. El otro día, en el instituto, un chaval de mi clase no se conformo en fijarse en ellas, sino que me dijo sin piedad que tenía manos de vieja, como de esparto. Dios mío ¿cómo podía hacerle comprender al mundo entero lo desgraciada que era? Llegué a mi casa llorando desconsoladamente. Allí estaba mi perro, con las orejas en alto, dispuesto a permitir que me desahogara, como siempre. Empecé a contarle lo que me había pasado, que deseaba arrancarme esas malditas manos que tanto me estaban haciendo sufrir. Fue en ese mismo instante cuando saltó sobre mí. No podía quitármelo de encima, mi perro es un bóxer con mucha fuerza. Agarró mi brazo y empezó a morderme... Entonces noté un dolor inmenso, mientras la sangre empapaba el suelo. Luché contra sus dientes con patadas, pero no pude evitar que mi perro siguiera tirando de mi muñeca, desgarrándome la piel y arrancándome las venas, hasta quedarse con mi mano en la boca. Yo gritaba desesperada, cuando se abalanzó sobre mí para arrancarme la otra. No pararía, como buen perro fiel, hasta cumplir mi deseo: dejarme sin mis odiosas manos, porque después de escucharme tantas veces, creía que así yo al fin sería feliz...

No hay comentarios: