no eѕтaмoѕ ѕoloѕ

Joana siempre había sido diferente. Pero no por llamar la atención o por sus pintas, sino por todo lo contrario. Nadie sabia nada de ella, no tenía amigos y no hablaba con nadie.

Todo el mundo pasaba por su lado como si no existiera. Joana era feliz así. Tan sólo una compañera, Cristina, se atrevió a observarla de lejos, ya que coincidían muchas veces en la biblioteca del barrio. Joana pasaba allí tardes enteras, en un rincón escondida, devorando todo tipo de libros siniestros: vampiros, demonios, profecías y espíritus malignos eran su pasión, su mundo. Una tarde, Cristina vio que Joana se saltaba las dos últimas clases para dirigirse hacia la biblioteca. A esas horas estaba vacía y podría terminar de leer el Necronomicón, el libro de los muertos, escrito hace siglos con sangre humana, y con el que descubriría los secretos de ese mundo que siempre le atrajo. Joana abrió aquel libro y continuó leyéndoselo, acercándose así al final... al final se su vida. Las pruebas del infierno se abrieron a sus pies y a través de ellas los muertos alcanzaron sus brazos para arrastrarla hacia una agonía eterna.

Pasaron semanas buscándola, pero su caso se archivó y se cubrió de polvo en el olvido para todo el mundo... menos para Cristina, que quiso buscar una explicación a todo aquello en la biblioteca. No tardó en encontrar el Necronomicón. Nada más abrirlo un escalofrío recorrió todo su cuerpo al ver la foto de su amiga allí, entre todos aquellos espíritus atormentados. De repente, Crisbthina cerró los ojos rendida a su destino: había descubierto qué le ocurrió a Joana. Lo supo cuando notó en la espalda el contacto de unas manos heladas... tan frías como la muerte, que la arrastraban poco a poco al encuentro con su extraña compañera.