la aвυela edeмonιada

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Cuando pillé la neumonía, tuve que quedarme en casa de mi abuela para que me cuidara, porque mis padres trabajaban. Me molaba quedarme en su casa, porque me daba todo lo que quería para comer. Sin embargo, por las noches, me moría de miedo con los angelotes que colgaban sobre mi cama, y no iba a mear por no pasar delante de los cuadros de santos que estaban en en pasillo. Mi abuela rezaba todas las noches hasta que se quedaba dormida, y se me ponían los pelos de punta al oírle susurrar cosas extrañas sobre su cama. Todos decían que era una pena que se le empezara a ir la olla por la edad. Llevaba tres semanas en la cama, cuando, una tarde, me empezó a subir la fiebre. Mi abuela me dio una pastilla para bajarla. Al tragarla, empezó a deshacerse, como si fuera efervescente. Hice fuerza para tragar, pero con tanta espuma cada vez me costaba más. Dolía. Notaba cómo se quedaba en la garganta, hasta la podía tocar por fuera. Empecé a empujarla y noté que tenía pinchos. Intenté vomitar y empecé a escupir sangre a borbotones. Los esfuerzos hundieron mas la cuchilla en la carne y me fui desangrando poco a poco, junto a mi abuela, que ni levantó los ojos de la revista.